Zoopocalipsis - parte 1 -

El Nuevo Principio.

Por Iliana Ivanova.


El fin cayó sobre nosotros y nadie lo vió venir. Primero fueron los cambios climáticos extremos y los terremotos alrededor del mundo. Luego llegó el fuego del cielo, ¿recuerdan a Mitch, a Katrina y los demás huracanes? Bueno, pues a nosotros ni siquiera nos dió tiempo de nombrar a los meteoritos. Símplemente aparecían en el radar y muchas zonas pobladas de la Tierra se vieron afectadas… cosa curiosa, cayeron en la mayoría de las grandes ciudades, pero evadieron los bosques, el mar y las partes inhabitadas del planeta. 



Todo es EL caos. Sobrevivió una cantidad risible de toda la población mundial y no fue suficiente para hacer un cambio. Se vino más abajo la economía. La gente peleó por el agua, la comida y las medicinas. Murieron demasiados… demasiados. Los pocos sabios que quedan –científicos e investigadores- dan un estimado: quedamos aproximadamente 39 millones de personas en todo el mundo, y una tercera parte de ese número son niños huérfanos de las últimas guerras. De forma optimista sólo vivirá la mitad de ellos y los más pequeños, pues...


¿Por qué los gobiernos del mundo no invirtieron más en la ciencia que en cualquier otra cosa? ¿De verdad valió la pena estar tan ocupados en nuestros asuntos, viendo la tele, tonteando en internet y consumiendo todos los recursos del planeta sin medida? ¿Por qué no fuimos capaces de ver lo que venía? Con un demonio, ¿por qué no le hicimos caso a los predicadores?  No tiene caso que a estas alturas piense en los por qués y los hubieras. Nosotros tenemos la culpa de todo, no hay más. Todas y cada una de las cosas raras que están pasando en éstos días me están haciendo pensar en que tal vez en el universo sí hay Alguien que nos está pasando la factura.


Ah, los animales se están comportando raro también. Primero empezaron los pájaros; como salido de una película de Hitchcock, pero en ésta ocasión no eran sólo cuervos y gaviotas, sino gorriones, tordos, pericos, palomas, aves cantoras y toda clase de rapaces.


A la orden de un inequívoco poder invisible se comieron a todos los muertos de las sequías, las inundaciones, o los cadáveres que quedaban debido a los terremotos y los meteoritos, dejando a su paso millones de huesos apestosos por casi toda la faz de la Tierra.


Entonces el resto de los animales hicieron lo impensable: se volvieron contra nosotros. Todos ellos, bestias salvajes, criaturas del océano, insectos por enjambres  y marabuntas... e incluso nuestras confiables mascotas. Todos ellos se unieron. Desde el animal más grande hasta el más pequeño. Es como si el planeta mismo quisiera deshacerse de su parásito más dañino. Nuestra tecnología no sirve de nada, los meteoritos destruyeron casi todos los satélites y sólo unos cuantos privilegiados tienen acceso a radio.


Teníamos unos vecinos, pero hace un mes murieron todos. Sólo Iris, la hija de 17 años sobrevivió al ataque de una jauría de lobos y perros salvajes. Ella está ahora a salvo con nosotros y nos dijo que en un arranque de desesperación, su padre había matado por la mañana a uno de los dos perros que tenían, todo para que la familia pudiera comer al menos dos semanas. 


La chica estaba hecha un mar de llanto, estaba segura de que murieron por su culpa. Nos contó que ella había sido la única que suplicó por la vida del perro y la única que no comió de su carne. Ésa misma noche se levantó en silencio y desató a la mascota que le quedaba.


“Cora. Perrita... tenemos mucha hambre, por favor vete antes de que papá te mate también. Vete. ¡Te quiero mucho! ¡Deja de lamerme! ¡Vete perrita!”


Unos días después la perra apareció de nuevo y todos en casa fueron tras ella. Los lobos aparecieron de la nada, mataron primero al padre y a los hermanos de Iris, pero Cora impidió que mataran a su dueña. De hecho, la perra la guió hasta nuestra casa y poco después partió con los lobos.


Nosotros tenemos una gata negra llamada Bastet… mi mujer y yo llevamos días discutiendo porque se nos acaba la comida. Ella y los niños tienen hambre, quieren que la sacrifique, pero yo no estoy de acuerdo y nuestra vecina tampoco. 

“¡Es sólo una gata!” me grita mi esposa, escupiéndome en la cara.

“¡Es mi gata, no podemos matarla y ya!”

“¡No la maten! ¡Los lobos lo sabrán!” terció Iris, imperativa.

“ ¿Prefieres que te comamos a tí, escuincla?”

“¡No digas esas cosas, mujer, ¿te volviste loca?!”

“¡¿Entonces díme qué carajos vamos a hacer?!”

“Algo... algo se nos ocurrirá.” la abracé fuerte, esperando que así se tranquilizara.

“Yo digo que lo sometamos a votación.” dijo Tito, mi hijo mayor.

“¡No, no!” contestó Iris, con sendas lágrimas rodándole por las rojas mejillas. “Ellos sabrán, los animales y los insectos ahora hablan un solo idioma. ¡Si matan a Bastet, se enterarán tarde o temprano de lo que pase aquí! ¡Por favor, escúchenme!”

“Yo estoy con Tito y mi mamá.” dijo Foncho, mi hijo de 9 años. 

“No hijos.” traté de razonar. “Hay que pensar bien esto”.

“No hay nada que pensar, está decidido. Somos tres contra dos.” contestó mi esposa.

“¿Dónde está la gata?” dijo entonces Tito, mirando por todos lados. Me llevé ambas manos a la boca, conteniéndome todo lo que pude para no decir algo impropio. Iris por su parte se sentó en el sillón con las manos sobre la cabeza y Tito siguió llamándola: “Basteeeet... gatiti pechochiii”

“¡Búscala!” ordenó mi mujer. “Y cierra todas las ventanas. Yo lo voy a hacer.”

“¡Mamá, no está! ¡No la encuentro por ningún lado!”


Iris había soltado un suspiro, mientras meneaba la cabeza ante la estupidez de mi familia. Un par de horas después se ponía su abrigo para anunciar que se iba de la casa rumbo al bosque. Yo objeté pero ella estaba segura de que sobreviviría más tiempo que nosotros. Fuí el único en despedirme de ella, mi esposa y los niños esperaron adentro. Iris me dijo que prefería morir de hambre y sed con las manos limpias de sangre, que morir devorada por los perros salvajes. Le dí el último chocolate que me quedaba, diciéndole que lo comiera sólo cuando fuera a desfallecer.


Ha pasado una semana desde que Bastet se escapó por la ventana del baño y en éste preciso momento temblar de miedo es poco comparado a lo que siento. Los muchachos nos despertaron, diciendo que habían escuchado rugidos en la noche. Rugidos de león a lo lejos.


Mi familia y yo estamos histéricos, sabemos que somos los siguientes. La gata llegó hoy y se quedó delante de la puerta esperando a que saliéramos. Recordé lo que pasó con Cora. Ella volvió y llevó a todos a los lobos. No pasará lo mismo aquí. Saldré sólo yo. Mis hijos no quieren que me vaya, pero les digo que voy a estar bien aunque no me lo crea.


Sigo a Bastet, la quiero cargar pero ella no se deja. Nos alejamos mucho de la casa, a un lugar donde hay yerba alta y mucho silencio. Mi mascota se detiene, se echa en el suelo cuan larga es y me mira. Quiero ir a acariciarla, pero antes de que dé el paso, un ronroneo largo, profundo y gutural me detiene. Los leones están aquí. Puedo olerlos, esa mezcla de orín y de gato gigante. La maleza cruje y se mueve. Cuatro leonas maduras y un macho joven salen de la yerba alta.


Me paralizo, el miedo acuchilla mis miembros y mi cabeza. Antes de darme cuenta estoy llorando y susurrándole palabras al Dios al que jamás me había dirigido. Las leonas muestran sus dientes y gruñen. Y mi gata está echada delante, mirándome con ojos amarillos y llenos de juicio.


“Bastet” dije llorando de puro terror, “Si me has traído hasta aquí es porque entiendes muchas cosas y antes no lo ví… sé que en muchas ocasiones no hemos sido buenos contigo. Los niños te han pateado un par de veces, ahora mismo no te alimentamos bien e incluso regalamos a muchos de tus hijos.”


Las leonas rugen y cierro los ojos y bajo la cabeza. Ya no importa lo descabellada que pueda ser la idea, yo sé que ellas entienden todo lo que digo. Lo más seguro es que le están pidiendo permiso para matarme ya mismo.


“¡Lamento todas las veces que fui malo contigo! ¡Pero escucha! ¡Te hemos cuidado, jugamos contigo! ¡Jamás he pensado en comerte, lo sabes! Si consideras que he sido injusto, por favor Bastet… mátame a mí y perdona la vida de mis hijos. Por favor… haz lo que consideres justo.”


La gata parpadeó lento una sola vez. Las leonas detrás de ella se paseaban de un lado a otro como si un muro invisible las detuviera. Bastet giró la cabeza y miró a la leona más vieja, la leona más vieja miró al macho y luego el macho me miró a mí. Todos ellos se acercan y yo me dejo caer al suelo, llorando y suplicándole a un gato al final de mi vida… si me lo hubieran dicho, jamás lo habría creído.


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Escribí esta historia hace muchos años y la subí a Wattpad pero como pasó sin pena ni gloria decidí ponerla aquí. Espero que te guste.

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